La lectura de Sor Juana Inés de la Cruz no puede ser más interesante. Todo en esta mujer es extraordinario, todo se halla fuera de los límites de lo vulgar. Tiene el don, desde niña, de la inspirada originalidad y de la gracia femenina.
El barroco en Hispanoamérica tiene su más importante figura en sor Juana Inés de Cruz, “la monja de México”, famosa e inolvidable cuyos prestigios le dieron, con toda justicia, el título de “Décima Musa”. Su fama fue extraordinaria.
Sor Juana Inés de la Cruz, nombre de la que fue en el siglo Juana de Asbaje y Ramírez de Cantillana, nace a finales de 1651 en la alquería de San Miguel de Nepantla, cercana a Amecameca, pueblo separado de la ciudad de México por unos sesenta kilómetros.
Su padre era vasco de Vergara. Llegado a las Indias en busca de fortuna, mantuvo relaciones con una criolla, madre de sor Juana. La “monja de México, escribe poesía a los ocho años. A esa edad se va a vivir a México capital con un pariente. En 166, llega a la ciudad de México, como nuevo virrey Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, acompañado de su esposa Leonor de Carreto. Ese mismo año, sor Juana entra vivir en palacio como dama “muy querida de la señora virreina”. Joven y bella vive mimada entre los esplendores de la corte virreinal a la que inesperadamente deja para ingresar en el convento de San José, que pertenecía al carmelo descalzo. El ingreso en el convento en el año 1667, desprovista de vocación, es incógnita no despejada. La austeridad y dureza de las reglas carmelitas quebrantaron su salud y regresa a palacio. Al año siguiente, y esta vez de modo definitivo ingresa en el convento de San Jerónimo.
Monja jerónima será los 27 años que le quedan de vida. En el convento ejerció cargos de contadora y archivista y se dice que elegida priora en dos ocasiones declinó el cargo. Su entendimiento privilegiado le impulsó a escribir y se distinguió en la defensa de los débiles —esclavos, negros e indios. Representa también una temprana actitud feminista de exaltar los derechos de la mujer.
En la metrópoli se publica en 1685 Inundación de Castálida. Autora y verso cobran justa fama. En México sor Juana publica El Divino Narciso que será el mejor de sus autos sacramentales. En 1691 publica la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, que está considerada como una de las mejores autobiografías de la literatura hispanoamericana. Sor Juana escribió dos comedias: Los empeños de una casa y Amor es más laberinto. A los brillantes sonetarios del Siglo de Oro de la literatura en lengua española hay que agregar los bellísimos de esta monja jerónima (”Detente, sombra, de mi bien esquivo”, “Al que ingrato me deja, busco amante”, “Este que ves engaño colorido”, etc.).
Sus poesías de circunstancias , sus villancicos, coplas, juguetes, ensaladas, ensaladillas de picados versos, como ella los llama; su Neptuno alegórico “oceano de colores, simulacro político”, para el arco triunfal del nuevo virrey conde de Paredes; su mismo Primer sueño; todo eso nos sirve más que para entorpecer el favorable juicio que merece la autora. Donde hay que leerla es donde siente hondo y habla claro.
El siglo XVII agonizaba turbulentamente en México: plagas, revoluciones, hambre y sacrificios humanos fueron frecuentes en los últimos años. Al convento de San Jerónimo entra la peste y sor Juana atiende maternalmente sus hermanas religiosas. Víctima del contagio, sor Juana fallece el 17 de abril de 1695.
Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo misterio de amor no ha sido desvelado, es la primera en izar la bandera feminista en América y sus redondillas en defensa de la mujer: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis...”, universalmente conocidas por su ingenio y desenfado, están llenas de donaire y de la gracia de su arte.
La poetisa ha eclipsado a la escritora en prosa. Sor Juana es, sobre todo, poetisa lírica. En esta lírica esencial y profunda resuenan con ecos muy personales sus versos amorosos. Llegando a ser una poetisa muy rica y de refinada sensibilidad femenina, que sus contemporáneos llegaron hasta llamar “Fénix de México”.
El alma de la monja mexicana rebosaba siempre amor puro, espiritual, y cuando no podía aplicarse a un ser humano aunque no fuera más que la bella virreina su protectora, a quien escribe constantemente versos tan apasionados como los de un agradecido galán a su dama, se refugiaba en Dios, a quien rendidamente adora como único fin del más alto amor.
Es amor, el de los versos de sor Juana, volcado en expresiones vitales y apasionadas. Psicóloga amorosa, sor Juana, somete a proceso mental celos, ausencias, desvelos en un amor que es privación casi constante. Y como escribe Gerardo Diego en su Homenaje a sor Juana Inés de la Cruz: “Tú me comprenderás, tú amaste mucho, / tú eres una niña enamorada / y estás viviendo su segundo sueño”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario